que
del lago Mundo rebosan.
Sale
de ti el sueño de una noche única,
de
una mañana con sabor a comienzo
y
de una tarde de nuevas esperanzas.
Sale
de ti el polvo del avento
que
en la era tras el trillo
lo
horrible de lo bello separa.
Sale
de ti la apostura de la reina del castillo
y
la elegancia de la maestra segura.
Sale
de ti el aire perfumado que llena mis sentidos,
dejando
mis ojos embalsamados para siempre,
soldados
con alfileres de acupuntura.
Esos
mis ojos que, de soslayo, te miran
y
que en miradas furtivas te adoran,
esos
ojos ya entregados al gas de tu magma
que
salta por los bordes de tus párpados.
Son
mis ojos que no resisten el resplandor
de
ese volcán latente que es ese cuerpo
de
abundante mujer, de deseada mujer,
envuelta,
amasada en las brujerías del amor.
Perdónalos,
mujer, esos mis ojos no tienen la culpa.
La
culpa es de este hombre
que
no hace nada por desviar su mirada
mientras
de ti salga esa lucha vertiginosa
entre
el paraíso soñado, el todo.
O
la nada
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